Un placer para todos los sentidos, así se puede definir el paso por La Cabaña de Pablo González.

 La pedanía de El Palmar esconde uno de los lugares de mayor interés no sólo del municipio de Murcia, si no de la Región e incluso me atrevería a decir de toda España. Al llegar encuentras una zona de aparcamiento que no sugiere la grandeza de lo que vas a vivir como queriendo esconder que todo lo que rodea tu paso por el laureado restaurante será un cúmulo de sensaciones indescriptibles a la par de sorprendentes. 

 Lo primero que impresiona es el paradisiaco recinto que alberga a el restaurante, con La Cabaña que da nombre al local como centro neurálgico de las actividades que rodean la experiencia gastronómica, hablo de una experiencia gastronómica pues allí no se va a comer -o mejor dicho no se va SÓLO a comer- se va a vivir una aventura en distintas y diferentes etapas. Es un Tour de Francia de una única jornada con un recorrido en el que recibes el avituallamiento necesario para que en ningún momento desfallezcas. 

 Un recibimiento en el que te derivan a un paseo con 4 estaciones en las que el leitmotiv es la poesía. Tal vez es el único pero que se le puede poner al recorrido, Murcia a las 2 de la tarde no es el mejor lugar para actividades al aire libre, aconsejamos hacer la visita -en esta época- nocturna en la que además disfrutaremos aún más de la incomparable belleza de los jardines.

 Finalizadas estas primeras estaciones nos acompaña el propio Pablo González a descubrir un pequeño huerto donde nos explican y degustamos productos que allí mismo se producen y cocinan de modo ancestral.

 Pasamos a la Terraza de la Cabaña donde nos hacen un recorrido culinario por hasta cinco civilizaciones. Nótese que aún ni hemos entrado en el restaurante y ya hemos tenido hasta seis paradas culinarias, algunas con varios aperitivos a degustar.

 El recibimiento en sala -por parte de un Jesús que lleva en La Cabaña desde que esta fue inaugurada hace más de 15 años- es con unos snacks para hacer más cómoda la corta espera. 

 Desde ese momento todo es una mezcla de paciencia y velocidad, paciencia para ir comiendo todos los pequeños regalos para el paladar que vamos a ir degustando, velocidad a la hora de servir y que hace que aunque el tiempo de deleite se acerque a las tres horas, en ningún momento tu cuerpo se retuerza en la silla avisándote. Nosotros no miramos el reloj hasta la salida y fue allí donde nos dimos cuenta el tiempo que habíamos estado en ese paraíso. 

 Mantequilla, queso hecho al momento, patés, judías, merluza, crujiente de zanahoria, degustación de quesos, Calamar… Una experiencia en la que el gusto no es el único sentido que vamos a entrenar o a celebrar poder gozar con ellos. El tacto a la hora de sentir algunos productos, la visión de unos platos en una coreografía perfectamente orquestada, el olfato con el que degustas algunos presentes y un oído que no sólo sirve para descubrir la pasión que acompaña cada entrega o estación, también para deleitarse con un hilo musical sublime.

 La visita a La Cabaña debería ser -dentro de las posibilidades de cada uno- algo de obligado cumplimiento, no es un restaurante caro dentro de los de su nivel, siendo una de las mejores experiencias gastronómicas que se pueden vivir, la tenemos en Murcia y muchas veces nos cuesta reconocer nuestros propios logros.